Presentaciones

La novela «PERNALES, el último bandolero» será presentada próximamente, con firma de ejemplares, en los lugares, fechas y horas que indica cada cartel.

Las Circunstancias…

… que propiciaron el bandolerismo estepeño en la última época («…no diga usted bandolerismo andaluz, diga bandolerismo estepeño…». Así contestó La Cierva a un diputado que lo interpeló en Cortes sobre el tema), fueron varias:
La principal fue la miseria imperante en la Baja Andalucía. Un jornal de hombre se pagaba entonces alrededor de una peseta, y a cincuenta céntimos el de mujer. Si esta iba vestida de pantalón (se supone que así vestidas tenían más movilidad y capacidad de trabajo), entonces cobraba setenta céntimos. Y eso cuando el capataz los llamaba o seleccionaba de entre el grupo de braceros que se autoexponían en alguna plaza al amanecer, para intentar que les dieran trabajo ese día. En aquellos tiempos, una docena de huevos valía una peseta, un pan 25 céntimos y un litro de leche 20 céntimos.
Otra circunstancia importante fue la tradición bandolera en Estepa, iniciada por Juan Caballero Pérez, (1804-1885), que tras su etapa inicial de bandolero, en la que dominó las sierras y caminos andaluces en amigable competencia con El Tempranillo (» El rey mandará en España pero en Andalucía mando yo»), obtuvo el perdón de Fernando VII en 1832, al ver éste que no podía ni con Juan ni con José María. Tras ser indultado, vivió Juan en Estepa como un auténtico señor, llegando a publicar un libro con sus memorias, contratado como hombre de confianza del principal cacique de Estepa para asuntos «delicados» y regalando las más valiosas joyas a la Virgen de Los Remedios. Los bandoleros posteriores y paisanos de Juan lo tenían como ídolo y ejemplo a imitar y alguno intentó rivalizar con él en sus regalos a la imagen de la virgen estepeña.
Otra circunstancia fue la protección de que gozaron los «muchachos» (así llamaban a los bandoleros aquellos que los protegían y se beneficiaban en de sus actividades) por parte de los caciques y muchos hacendados estepeños (eran sus protectores los «Chaquetas», grupo local antagonista de los «Levitas», que eran contrarios a la delincuencia organizada reinante). Les facilitaban ocultación, comilonas y cacerías y hasta llegaron a dar dinero a la viuda de alguno de los muertos por la G. Civil. Cuando un juez valiente se metió en esta trama, llegando a encarcelar a cerca de cien personas, los caciques se valieron de su influencia en el Congreso para que los liberaran, alegando persecución política (quizás les suene), cosa que consiguieron, junto con el traslado del juez a otra localidad lejana.
A cambio de la mencionada protección, entre los bandoleros estepeños siempre hubo una regla no escrita que todos cumplieron… » No atentar contra la gente de Estepa ni contra sus bienes»… menos Pernales, que violó está regla más de una vez.

Julián de Zugasti y Sáenz…

… aunque de origen vasco, nació en Coria (Cáceres), el 3 de enero de 1836. Fue un político con mucha actividad durante su carrera. Participó en la batalla del Puente de Alcolea (1868) a las órdenes del general Serrano, en el bando de los sublevados (La Gloriosa) contra Isabel II. Luego fue Consejero de Estado, Inspector General de Hacienda y Gobernador Civil en varias provincias. Murió en 1915.
Destacó sobre todo como gobernador de Córdoba, donde llegó en 1870 con la misión de acabar con la ola de bandolerismo reinante en aquella época, cuando el delito predominante entre los bandoleros de entonces (Tío Martin de Casariche, Uñas Largas, Vaca Rabiosa,…) era el secuestro de personas con petición de rescate.
Zugasti creó las Partidas de Seguridad Pública, con atribuciones similares a la Guardia Civil. También organizó a los «cantadores de caminos» (gente que iba llegando a los cortijos y casillas de la zona donde se sospechaba que había persona secuestradas para, con el pretexto de pedir agua o comida, dijera en voz alta la posición dónde se encontraba, con el fin de que lo oyera un posible secuestrado que estuviera en el interior del cortijo y, en caso de ser pagado su rescate o liberado por cualquier motivo, poder luego dar norte de donde lo tuvieron retenido…»Gracias por el agua. Me dirijo a Alameda desde la Roda y todavía me quedan cinco kilómetros…»). Esta artimaña resultó ser muy efectiva para atrapar bandoleros.
Pero la decisión más fuerte que tomó fue la puesta en funcionamiento de la Ley de Fugas ( «… echa a correr que te dejamos escapar…» para disparar contra el preso en cuanto iniciaba la carrera, cuando era detenido o transportado por la G.C. o miembros de las Partidas de Seguridad). Se atribuye al mandato de Zugasti en Córdoba durante el trienio 1870-1873 la detención o muerte de 107 bandoleros.
En 1907, ya retirado y con 71 años de edad, fue llamado a consulta por el ministro La Cierva para pedir consejo sobre el problema de Pernales.

Los Estribos…

… que aparecen en la portada de la novela representan un rasgo distintivo del bandolero, tal como lo entendemos en España. Un bandolero a pie es inimaginable, y en coche, menos. Seguirá siendo un delincuente, tal vez un bandido, si es un delincuente peligroso de los que alguna vez aparece publicada su cara en un bando, pero no un bandolero. El caballo está estrechamente unido al concepto de bandolero, hasta el punto de que, en su tiempo, la palabra «caballista» era sinónimo de «bandolero».
Pernales era un jinete excepcional. A pesar de medir sólo un metro cincuenta, montaba y desmontaba de un salto. Su habilidad en la equitación lo salvó muchas veces de las balas de los civiles. Aunque no fue un hombre valiente, según cuentan muchos que lo trataron, como por ejemplo su colega El Chato (*), sin embargo su dominio del caballo le permitía huir cuesta abajo a velocidad endiablada, o haciendo peligrosos zig-zags por entre los olivos, o a galope tendido por la estrecha vereda al borde de un precipicio. Él sabía que el caballo tenía más sentido del equilibrio que cualquier hombre y confiaba en su montura. Hablando de montura, la leyenda le atribuye un caballo especial, de nombre «Relámpago», al igual que el «Bucéfalo» de Alejandro Magno, o el «Babieca» del Cid… No fue así en realidad. Nunca le importó reventar un caballo por no parar la galopada de su huida. Tuvo muchos caballos, eso sí, siempre cuidadosamente elegidos, porque además de buen jinete, su habilidad principal con los equinos era que sabía muy bien elegir un caballo… siempre robado, claro.
Este tipo de bandolero tradicional tuvo su final en la «promoción» de Pernales, Vivillo, El Gloria… con la llegada de las comunicaciones por cable a sus territorios. Cómo bien lo dijo El Vivillo en una célebre frase…» A nosotros nos mató el alambre».
(*) En un prostíbulo de la zona y en una pelea por una mujer, «El Chato» (Eusebio Paez, muerto después a tiros por la Guardia Civil), retó a Pernales a duelo de navaja. Pernales le temía y adujo que su navaja era más pequeña. Eusebio pisó la suya y le partió la hoja por la mitad. Aún así, Francisco Ríos (Pernales) rehusó el enfrentamiento delante de todos y cediéndole la mujer por la que disputaban.

(foto de Eusebio Paez, «El Chato». A su derecha, atravesado por una bala, el escapulario que llevaba cuando lo mato la G.C.)

La Leyenda De Bandolero Bueno.

Quiza por la influencia de la serie Curro Jiménez y otras películas y novelas del mismo estilo, o porque en el imaginario popular todo aquel que robaba a los ricos debiera ser para repartirlo luego a los pobres, la leyenda del bandolero bueno se ha implantado en el subconsciente del pueblo español.

La realidad no fue así. Los bandoleros españoles, salvo muy pocas excepciones, que más que a bandidos concretos se refieren a contadas acciones benéficas que protagonizó alguno de ellos, la gran mayoría fueron gente con muy pocos escrúpulos. Hablamos siempre del bandolero típico que se echaba al monte tras cometer un delito grave y luego seguía delinquiendo para sobrevivir o, en muchos casos para vivir mejor que los demás. Vamos, que el objeto de sus robos no era para repartirlo a los pobres, sino que robaban a quien podían, fueran ricos o pobres con mala suerte, y sólo pensando en su propio beneficio. Aunque todos ellos sabían que era fundamental para sobrevivir de su oficio, contar con el apoyo del pueblo llano y esto suponía la necesidad de hacer alguna buena obra de vez en cuando, preferentemente con testigos de vista.

En el caso de Pernales, era un asesino y violador cargado de vicios, entre ellos el juego de naipes con apuestas fuertes y «las niñas bonitas» como él llamaba a las prostitutas. Hubo ocasiones en que regaló un duro de los que robaba a algún enfermo o necesitado y, en cierta ocasión, después de asaltar un cortijo, le dió por sentar uno a uno en una silla a los trabajadores de la casa e irlos afeitando como si fuera un barbero a domicilio, era la obra buena de aquel día (Habría que ponerse en el pellejo del que, allí sentado, veía pasar la navaja barbera en la mano de Pernales, por las cercanías de su carótida).

Quizás las pocas excepciones a ese comportamiento, siempre egoísta y desalmado, fueron los «bandoleros» provenientes de las partidas de guerrilleros de la Guerra de la Independencia, que cuando terminó esta, siguieron viviendo de las armas, porque no sabian hacer otra cosa, y actuando unas veces de mercenarios para algún interés político o abrazando una causa (Carlistas o Liberales…) para seguir en la pomada y disfrutar de su condición de líderes de una partida armada. Alguno de estos fueron excelentes militares, como el Cura Merino o Juan Martín el Empecinado.

Nuestra novela muestra claramente está cruda realidad del bandolero con escasas virtudes morales, como fueron prácticamente todos.

Caciquismo y Bandolerismo

El Caciquismo fue una figura política imprescindible para el sistema que había entonces (época de la Restauración), que era el Turnismo: cada dos años, aproximadamente, había elecciones (no todos los hombres podían votar y mujeres ninguna) que eran una pantomima, de manera que, sistemáticamente, se iban turnando en el poder los Conservadores y los Liberales.
Los caciques estaban organizados en jerarquía, en la que había un cacique principal en cada capital de provincia (Romero Robledo en Málaga, Rodríguez de la Borbolla y Ramos Calderón en Sevilla…) y estos, a su vez controlaban a los caciques de los pueblos, que eran los que controlaban a los votantes directamente y les señalaban lo que había que votar en cada elección.
De manera que hubo casos como el de un cacique que a medio día se llevaba la urna a su cortijo para que votarán sus trabajadores con derecho a voto, sin tener que darles permiso, y luego la devolvía otra vez al colegio electoral (a saber lo que pasaba con la urna). O bien traía a votar a sus apadrinados, en fila y con el voto en la mano, mientras él vigilaba la fila como si fuera un rebaño de ovejas.
Hubo mucha relación entre caciques y bandoleros, indicándoles aquellos a estos quien había hecho un trato bueno para que fueran a robarle el dinero conseguido y ellos se llevaran su parte. O bien sacando de Andalucía (peristas o sacaores) para vender fuera caballerías y otros bienes robados por los bandoleros…

Tiroteo en el cortijo de Las Navas (Lucena)

(Fragmento de «PERNALES, el último bandolero» de Manuel Pedrosa)

«….

— Queremos comida y todo el dinero que tengan, o le pegamos fuego al cortijo y al granero —dijo Pernales en tono bajo, pero amenazante, mientras el Gloria esperaba fuera sujetando los caballos.

En un arranque de entereza, la mujer dio un portazo a la portezuela de madera de la cancela y se fue corriendo hacia la sala donde estaban comiendo Antonio y sus dos pequeños. Entre los dos cogieron a los niños y subieron escaleras arriba para encerrarse en el dormitorio principal, cuyo balcón daba al patio del cortijo. El Sevillano sacó un revólver que guardaba en la habitación y empezó a hacer fuego contra el Gloria que estaba en el patio:

— ¡¿Queréis dinero?! ¡Pues lo que yo os ofrezco son tiros!

Una de las balas impactó en una pata de la yegua que traía Pernales, lanzando esta un lastimoso relincho. Francisco, mientras tanto, corría haciendo eses por el patio, quizás como consecuencia de la borrachera que llevaba, o tal vez para evitar los tiros provenientes del balcón. Cuando se terminaron las seis balas del revólver se puso El Sevillano a cargarlo de nuevo, momento que aprovechó Pernales para soltarle un tiro de postas de su escopeta, que dio con el cuerpo de Antonio en el suelo, impactado por tres de las postas, una de ellas en el pecho. Al ver abatido al dueño, los dos bandidos se volvieron para entrar de nuevo en el cortijo. De varios empujones descerrajaron la cancela y posteriormente la puerta del dormitorio donde se había parapetado la familia. Pernales se dirigió con expresión de rabia al hombre que momentos antes les había estado disparando y que ahora se encontraba tendido, manando sangre del pecho y de un brazo. El bandido, visiblemente excitado y con los ojos encendidos, montó de nuevo la escopeta y la apuntó a la cabeza del herido con intención de rematarlo en el suelo.

—¡No me lo mates! —suplicaba Mercedes, arrodillada junto a su viejo amante y con el rostro vuelto hacia el bandolero— ¡Si lo haces, su familia vendrá y nos echará de aquí a mi y a mis hijos!

Pernales se quedó dudando, mirando a la mujer con una mezcla de rabia, compasión y lascivia que le provocaba la vista superior del generoso escote de Mercedes. Viendo las intenciones de su compañero, el Gloria, que había estado mientras tanto registrando la cómoda del dormitorio, lo sujetó del brazo:

—¡Déjate de tonterías y vámonos de aquí! ¡He encontrado el dinero y he cargado en este petate las cosas de valor que he visto! ¡Ya mismo estará esto lleno de gente que habrá escuchado los tiros! ¡Andando!

Francisco Ríos desmontó la escopeta, mientras arrancaba la leontina con el reloj de oro del chaleco ensangrentado de El Sevillano, dejando a la mujer arrodillada en el suelo; luego se acercó a la cómoda y, además de lo que ya había empaquetado su compañero, cogió dos preciosos mantones de manila bordados, que guardaba Mercedes en uno de los cajones, para llevarlos como regalo a su Conchilla. Antes de irse cogió también un magnífico rifle americano de dieciocho tiros que había en una vitrina de la planta baja. Ya en el patio, Pernales se dirigió a la cuadra del cortijo, cuyo portón daba al patio empedrado y se llevó la magnífica yegua blanca de Antonio Moscoso, dejando la suya herida en el interior de las cuadras.

…»

Muerte de Pepe Quelástima

Cuatro horas antes de realizar la conferencia telefónica, Carvajal había enviado un telegrama al cuartel de la Guardia Civil de Campillos, indicando la hora a la que llamaría y los pormenores que necesitaba sobre el asesinato de José Ordoñez, propietario de la envasadora de aguas medicinales, en cuya puerta cayó muerto. Aproximadamente a las 13 horas del mediodía, el fiscal de Puente Genil descolgó el teléfono del Ayuntamiento, sito en una pequeña sala, en cuya puerta un letrero de latón indicaba: “Sala de Conferencias”

—Buenas tardes, mi sargento. Seré breve. ¿Me puede facilitar datos personales de la víctima?

—Se llamaba José Ordoñez Benítez, de treinta y nueve años de edad, soltero, natural de Campillos, en muy buena posición económica. Diría que la mayor fortuna de la comarca.

— ¿A qué hora se produjo el asesinato?

— Serían las diez de la mañana, señor fiscal. Algunos de los que trabajan en la envasadora estaban en la puerta almorzando. La víctima salió de la oficina a departir con los trabajadores, pero no le dio tiempo a decir nada. Los que allí estaban oyeron sólo un golpetazo, como si fuera un palo a un costal de trigo y, de seguida, don José cayó hacia atrás como por un empujón, con un boquete en el pecho.

— ¿Vieron huir a alguien o escucharon galopar de caballos…?

— No señor. Solamente una nubecilla de humo blanco, elevándose sobre un olivo ralo, en el cerro de enfrente de las instalaciones, a unos quince olivos de distancia.

— ¿Registró usted el sitio donde vieron la nubecilla de humo?

— Por supuesto. Encontramos un casquillo de bala, que tengo guardado junto a nuestro informe para el juez. Es del calibre 45-70 Gov. Eso pone en el culote de la vaina.

— Para su información le diré que es un cartucho americano, de pólvora negra, de ahí la nubecilla que vieron. No es de mosquetón ni tercerola. Probablemente de un rifle Winchester modelo 1886 o Marlin modelo 1895, que son de los que he visto por aquí, en monterías, recamarados para ese cartucho. A esa distancia tuvo que ser un gran tirador el que hizo el disparo, ya que el proyectil, aunque demoledor, tiene bastante caída.

— La bala ya se la ha extraído el médico forense al cuerpo del difunto, es bastante gruesa y de plomo sin encamisar. Estaba deformada e hizo un gran destrozo en el corazón y los pulmones. La muerte fue instantánea.

— Me hago una idea, sargento. Mejor dicho, por lo que usted me ha contado me hago una composición completa de los hechos. Muchas gracias por la información. Siga usted el curso normal del expediente, pasándolo al juez de su distrito. Un afectuoso saludo y muchas gracias por la información suministrada. Una última cosa: quisiera saber, cuando usted tenga conocimiento de ello, los últimos movimientos económicos, amorosos o de cualquier índole que realizó la victima y que pudieran tener relación con su asesinato. Cuando usted sepa algo… a quien debía dinero, quién le debía a él, o con qué mujeres se relacionaba… no dude en ponerse en contacto conmigo.

—¡Ah! Una cosa más, señor fiscal —interrumpió el sargento, viendo que se iba a acabar la conversación—. Creo que el hombre que mató a José Ordoñez es zurdo.

— ¿Y como lo sabe usted, mi sargento? —Carvajal no pudo disimular la sorpresa ante aquella afirmación—.

— En el alto donde localizamos la vaina del cartucho, había un tocón, de poyete amplio, de los que forma la pata de un olivo talada a ras, en horizontal. Claramente, el asesino se apoyó allí para disparar, ya que, por detrás de ese poyete, la tierra estaba pisoteada. La vaina estaba a la izquierda del tocón, aun estando el suelo en pendiente hacia el olivo por ese lado. Lo que quiere decir que la expulsión de la vaina se produjo hacia la izquierda del apoyo, o lo que es lo mismo, que lo maneja un zurdo.

Carvajal puso los ojos como platos. No se esperaba esa observación y posterior deducción de un guardia civil chusquero. Por un momento se mantuvo en silencio. Tardó varios segundos en reaccionar.

—Muchas gracias por todo, sargento. Me gustaría tratarlo en persona cuando se pueda. Creo que compartimos una bonita afición.

(Fragmento de «PERNALES, el último bandolero» de Manuel Pedrosa)

…Antes de las doce del mediodía, Francisco estaba sentado en la misma silla que la otra vez, en el mismo cuarto sin muebles ni ventanas y con la misma luz cegadora en lo alto. El cabo se había quitado la guerrera y se estaba arremangando, con un vergajo en su mano derecha. Esta vez había atado al muchacho a la silla en posición contraria, con el espaldar de la misma contra el pecho del chico, ofreciendo éste su espalda desnuda, tras despojarlo de la blusa.

— Ya tienes los huevos negros para que luego me duela la mano de darte guantadas. Sé que has sido tú el que ha matado el mulo y lo vas a declarar, pero antes te vas a llevar un buen recuerdo mío, para que no se te olvide por un tiempo.
El cabo iba a descargar el primer golpe contra la espalda desnuda del chico, cuando éste, sin levantar la cabeza ni subir la voz, habló con una serenidad impropia de un joven de diecisiete años:

— No me pegue usted, mi cabo… Que usted tiene mujer y niños. Que me pegue cualquiera de los guardias solteros.

Al cabo le cambió la cara. Se quedó un momento parado. Si no hubiera dejado el correaje colgado fuera, hubiese sacado su revólver y hubiera matado al chico allí mismo, alegando luego que se le revolvió intentando arrebatarle el arma. Pero ya no cabía salir por su arma reglamentaria. Simplemente, abrió la puerta y salió de la habitación, pensado que ya tendría tiempo de encontrárselo en el campo, donde la muerte de un ratero pareciera más normal que allí dentro. Se dirigió al guardia que le había acompañado en el servicio, dándole el vergajo:
— Pégale tú, que temo que a mi se me vaya la mano.

(Fragmento de «PERNALES, el último bandolero» de Manuel Pedrosa)

Francisco Carvajal y Estrada.

 

Se llamaba Francisco Carvajal y Estrada. Fue Fiscal Municipal y jefe de la Policía de Puente Genil, durante el bienio 1905-1907 y años posteriores. También era periodista (tengo recogidos varios artículos suyos). Pero, sobre todo, era un auténtico «Sheriff» de la zona y azote de delincuentes.

Tiraba como pocos, con revólver y con Winchester. Tenía y valoraba un caballo que admitía disparar a través de sus orejas (eso que sale en los westerns americanos de que los indios y vaqueros disparan desde lo alto de cualquier caballo es mentira). Y perseguía a malhechores y bandoleros por deporte, ya que nunca tuvo problemas económicos, ni tampoco era obligación suya salir al campo a caballo a perseguir y atrapar bandidos. Llegó a pedir al Gobernador de Córdoba una autorización para detener bandoleros incluso fuera de su demarcación.

Con «Pernales» se retó a muerte, y el bandolero, que también había jurado matarlo a él, se presentó una tarde en el Casino de Puente Genil, que frecuentaba Francisco, con la escopeta cargada para pegarle dos tiros. Carvajal no estaba allí ese día. Por cosas del destino a «Pernales» lo mató otro. Y Francisco murió de enfermedad unos años después.

Fue un tío que se vestía por los pies, de un tiempo en que era cosa corriente salir al campo, o de viaje, con una escopeta en el arzón, un revólver en la cintura o una faca en la faja.

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Rafael García Casero.

El comandante de la guardia civil don Rafael García Casero estuvo destinado más de tres lustros en Filipinas, donde fue condecorado varias veces por sus acciones contra los bandidos locales. Allí contrajo matrimonio y volvió a España cuando los desastres coloniales de 1898. Por su valor y entrega durante tantos años le fue concedido el retiro.
Decidió vivir en Estepa, ya retirado, donde denunció repetidas veces el bandolerismo imperante en la ciudad (llegó a contabilizar en 1905 hasta 108 bandoleros estepeños de aquel tiempo, clasificándolos en categorías), por lo que fue amenazado de muerte por los esbirros de los caciques que protegían a los bandoleros por sus intereses.
Tuvo que marcharse de Estepa con su familia porque el gobierno no le podía garantizar protección ante las amenazas de muerte y reiterados intentos de agresión.
En 1908 publicó el libro CACIQUES Y LADRONES, denunciando la impunidad con que se movían los bandidos por Estepa y su zona de actuación, denominada Los Santos Lugares, así como la protección y colaboración que los caciques locales prestaban a los bandidos.

Antonio Valverde Carrera.

Se llamaba Antonio Valverde Carrera. La foto es de 1964 y él murió en 1965, con 94 años de edad. Y eso que se fumaba dos paquetes de tabaco negro sin filtro al día.
Fue un tío bragado. Combatió en Cuba durante tres años, allí superó el Vómito Negro (Fiebre Amarilla) y las balas de los mambises. Obtuvo medalla militar pensionada, que le permitió a la vuelta de la guerra obtener un puesto como peón caminero.
Entre 1905 y 1907 tuvo varios encuentros con Pernales, El Niño de la Gloria y otros bandoleros que visitaron su casilla de peón caminero.
Después de 40 años arreglando la carretera entre Benameji y el límite de Córdoba con Málaga, por fin se jubiló. Le contó a sus bisnietos historias de guerra, de bandoleros con los que tuvo contacto y de un tiempo donde la vida no tenía valor alguno.
Fue de genio vivo. Con más de 90 años se subía de un salto encima de una mesa, aunque sólo medía 1.50 m.
Gente hecha de otra pasta.
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Teresa Gómez Aranda. La Panderona.

Aceitunera en Estepa y cantaora telonera en el sevillano Café del Burrero, a finales del siglo XIX y principios del XX. Acabó regentando una venta en la carretera de Écija a Estepa, que era lugar de reunión de bandoleros, tratantes de ganado, intermediarios de rescates, jugadores de apuestas fuertes y otra gente de mala reputación.
Siguió cantando fandangos, cuando a ella le apetecía, en la venta que regentaba. Dicen los que la conocieron que cuando se subía al tablao, con la flor en la pechera, el mantón por lo alto y la bata de lunares, corría el vino en la venta como si al día siguiente no fuera a amanecer.
Una real moza de belleza desacostumbrada, que no había quien le tosiera ni entre los bandidos con más reaños. A todos los tuvo a raya… salvo al que a ella le entrara por el ojo.

Pernales. El Último Bandolero.

450 páginas de novela histórica basada en hechos reales, que toca TODOS LOS PUNTOS…lo duro que fuel el cambio del S. XIX al XX para nuestros antepasados, sobre todo en Andalucía… el caciquismo reinante… las ataduras morales y religiosas… los desastres coloniales de Cuba y Filipinas… las pasiones ocultas de hombres y mujeres… el amor, la vida y sobre todo la muerte, en una época y en unos lugares, en los que la vida de la mayoría de la gente valía poco…donde la Justicia estaba maniatada por los caciques y los jornaleros llevaban siempre las de perder… Ah, también toca la caza y el flamenco, dos aficiones muy comunes en aquella época.
PERNALES puso a contribución a los hacendados de media Andalucía, fue el protagonista de unas quince sesiones de las Cortes Generales y tuvo tras de sí durante dos años a un ejército de 2000 guardias civiles…
El_Pernales
Francisco Ríos González. El Pernales.